viernes, 22 de mayo de 2009

biografia

Nacido León de Greiff en Medellín, capital de la región antioqueña de Colombia, en 1885, en su ascendencia se juntaron las sangres española, alemana, y escandinava. Inicialmente figuró, en su ciudad natal, en el grupo de los Panidas. Dirigida por él, se publicó en 1915 la revista que dio a conocer a esos jóvenes. Casi todos ellos se trasladaron pronto a Bogotá. Y a los pocos años se juntaban a la nómina de Los Nuevos, que con este nombre editó una revista en 1925. A la distancia Los Nuevos debieron advertir a los ismos surgidos en Europa alrededor de la Primera Guerra Mundial: futurismo, expresionismo, cubismo, dadaísmo, surrealismo, imaginismo y principalmente en lengua española, creacionismo, y ultraísmo. Pero seguramente no se interesaron demasiado en lo novedoso de sus tendencias. Dos de Los nuevos, a lo largo de sus vidas, fueron exclusivamente poetas: León de Greiff y Rafael Maya. Los otros, en su mayoría, alternaron la literatura con la política y el periodismo.

Si aún hoy la circunstancia social y económica de Colombia no permite a sus escritores dedicarse exclusivamente a la tarea literaria, mucho menos era posible a quienes comenzaban a consagrarse a ella en los años 20. Y así debió León de Greiff resignarse, desde su juventud a desempeñar modestos empleos en oficinas de estadísticas públicas. Una sola vez como funcionario de la Embajada Colombiana en Suecia, se le ocupó en el servicio diplomático. Cuando, anciano, se retiró de su último cargo, la pensión de jubilado apenas alcanzaba a cubrirle sus necesidades más imperiosas. Murió en Bogotá en 1976. Casi se le escuchan todavía los pasos por las calles que día y noche recorrió. Su impar y solitaria estampa fue en sesenta años, para las gentes, la encarnación del más raro, insolente y misterioso arte poético. Existen dos poemas suyos, por lo menos en que dibuja su silueta. Un soneto, de 1916: "Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa / dicen que soy poeta…". Y aquel otro, su autorretrato de muchos años después: "…belfa la boca hastiado gesto/ si sensual, ojos gríseos, con un resto/ de su fulgor, -soñantes, de adehala / todavía.- La testa sin su gala / pilosa. El alta frente. Elato. Enhiesto…"

En Colombia, hacia finales del siglo XIX, en la primero promoción del modernismo hispanoamericano se presenta la figura de José Asunción Silva (1865-1896). Lector primero de Bécquer y luego de Poe, Baudelaire, Verlaine, así como de prerrafaelistas, decadentes y simbolistas, fue Silva — como con acierto reconoce José Olivio Jiménez- "el poeta de su generación que más intuitivamente, y con mayor lucidez crítica a la vez, se entra en el ámbito del simbolismo". Ya en el siglo XX el ejemplo más seguido fue el de Guillermo Valencia (1873-1943) con su gesto de clásico y de parnasiano. La descendencia inmediata del modernismo fue la de los poetas Centenaristas, hacia 1910: Luis Carlos López (1879-1950), Porfirio Barba Jacob (1883-1942), José Eustasio Rivera (1888-1928) y Eduardo Castillo (1889-1938), principalmente. A los Centenaristas se les considera como segunda generación modernista aunque ya en ellos López representa una de las varias reacciones que, dentro del mismo modernismo, se levantan contra este: la de la exaltación de lo criollo.

A los Centenaristas siguió el referido grupo de Los Nuevos. Uno de sus integrantes, el poeta y crítico Rafael Maya, señaló que "la ultima onda del movimiento modernista no acaba en los Centenaristas sino en la generación que sucedió a ésta, o sean Los Nuevos"

Aparte de situar allí los propios versos de su primer libro, menciona los de León de Greiff, Germán Pardo García, José Umaña Bernal y Rafael Vásquez. Y aún cuando el comentarista hizo la salvedad de que no se refería sino a las primeras producciones de dichos poetas, su testimonio explica, por sí solo, la situación de la poesía en Colombia hasta bien avanzada la década de 1930. Pero la creación de León de Greiff, por lo que más adelante se dirá, queda al margen de estas consideraciones. Es en 1939 cuando oficialmente van a reunirse los poetas de Piedra y Cielo, en quienes es evidente su distancia de Los nuevos en concepción de la poesía, asuntos y lenguaje. El avance hacia la poesía contemporánea se afirmará definitivamente con los colaboradores de la revista Mito (1955-1962). Grupos posteriores seguirán nuevas y persuasivas corrientes.

Desde luego, parecería superfluo plantear, como cuestión primordial, la pertenencia de un escritor a determinada orientación o movimiento. Bien dijo Jorge Luis Borges desconfiar de las escuelas literarias, por pensarlas "simulacros didácticos par simplificar lo que enseñan" Las contradicciones inherentes a mucha obra hacen verosímil esta sospecha. Sin embargo, tratándose de la filiación poética de León de Grieff, creemos que el planteamiento del asunto queda al margen de la que pudiere tomarse por inútil controversia. Se intentaría con ello, en cambio, la simple aproximación al sentido artístico que debió guiar su poesía. Pues de dos maneras, aparentemente opuestas, se ha querido estimarla. Algunos la llaman modernista: su amor a la música, la relación estrecha que entre ésta y la palabra se establece en varios de sus poemas, la vinculan con el legado del simbolismo. Otros acaso acertemos al pensar que constituye una diversa manifestación de la vanguardia hispanoamericana de los años 20, sin mayor relación con los ismos que en ésta se presentaron, pero, como ellos no menos importante en su novedad y en su actitud.

Fueron pocas o casi ningunas las declaraciones que a lo largo de su vida dio León de Greiff sobre cuestiones poéticas. Excepcionalmente, advertimos algunas. Como cuando, en una Cancioncilla, funde música y poesía insinuando: "sólo la música es. La Poesía, la Música son una sola Ella". Más en la sexta de sus Prosas de Gaspar (1937) encontramos una revelación en la que, a pesar del tono humorístico o desdeñoso, se evidencia clara su predilección por una poesía culta, artística, sin concesiones a la facilidad ni al frecuente predominio de lo sentimental. Entre aquellas líneas se lee: "La poesía —yo creo- es lo que no se cuenta sino a seres cimeros, lo que no exhiben a las almas reptantes las almas nobles; la poesía va de fastigio a fastigio: es lo que no se dice, que apenas se sugiere, en formulas abstractas y herméticas y arcanas e ilógicas".

En su Historia de la Literatura hispanoamericana (1954) Enrique Anderson Imbert recordó sucintamente la insurrección de las vanguardias en la convulsa década de los 20. Algunos poetas, ya para entonces en la madurez de sus vidas, sintieron deseos de repetir las experiencias europeas desde el expresionismo hasta el dadaísmo. "Otros —añade el crítico argentino- que al terminar la guerra andaban más o menos en los 30 años , fueron más violentos, decididos y consecuentes en su afán de escandalizar: Cesar Vallejo, Vicente Huidobro, Oliverio Girando, León de Greiff". En Colombia, fue De Greiff quien con mayor eficacia representó ese cambio de maneras literarias, convirtiéndose en "el índice inconfundible de la nueva escuela". Lo anotó Rafael Maya, al traer la memoria, el ambiente y la hora en que apareció: las gentes tradicionalistas "se congregaron en capillas y sinagogas para llorar la muerte del soneto, estrangulado como un cisne por las manos de un poeta rubicundo, de nombre bárbaro, que instaló el búho sobre el hombro de la Musa. Los jóvenes, en cambio, aplaudieron, aquella fuerza nueva que venía a remozar la sensibilidad poética de un pueblo apenas salido de la orgía romántica". El alemán Rudolf Grossman, en su Historia y problemas de la literatura latinoamericana (1969), anota que en De Greiff "se pone de manifiesto con especial nitidez otro rasgo del expresionismo temprano: su polaridad de sencillez y preciosismo en una y la misma personalidad. (…) Si alguna vez sorprenden por la sencillez como otras veces, por la extravagancia, eso también forma parte de sus caprichos, como la acrobacia métrica, que debía expresarse ya en los títulos de sus creaciones: Tergiversaciones (1925), Libro de Signos (1930), Variaciones alrededor de la nada (1936) Fárrago (1954)". Y en su ya mencionada relación Enrique Anderson Imbert traza breve imagen de la "única" e "inimitable" personalidad del poeta:"Complejo, introvertido, sarcástico, descontento, imaginativo, con estallidos de ritmos, palabras y locuras, siempre lírico, León de Greiff fue, entre los buenos poetas colombianos, el que abrió la marcha de vanguardia. Desde Tergiversaciones no cesó de contorsionarse. En realidad ya desde 1915, en la revista Panida de Medellín, había empezado a asombrar con una poesía que no se parecía a nada de lo que conocía en Colombia. Después aparecieron, en España e Hispanoamérica, poetas que, al crecer, dejaron la sombra a León de Greiff: pero el vino primero y lo que hizo lo sacó de su cabeza. Juvenil en su arrebato lírico, pasan los años pero sigue gozando del respeto de los jóvenes, generación tras generación".

Pero De Greiff leía asimismo a otros poeta, y si fuésemos a los más antiguos mencionaríamos, por ejemplo, a Francois Villon, su camarada y "casi que su cómplice", su camarada y "casi su complica", en cuya burla irreductible se mezclan la jovialidad y la pena. Entre los españoles, a Manrique, Góngora y Quevedo. También a poetas de la antigüedad clásica. A románticos ingleses y alemanes. A italianos, rusos y orientales. Es muy vasto, en espacio y en tiempo, el catalogo de sus fervores. Verlaine, una de las adoraciones de toda su vida. Baudelaire, constantemente referido a su altivez, hastío, melancolía y evasión de la vida cotidiana, como en sus símbolos y correspondencias. Edgar Poe en su vida cotidiana, como en sus símbolos y correspondencias. Edgar Poe en su mundo nocturno, ídolos femeninos y sombrías desolaciones, pero sobre todo en la práctica de la filosofía de la composición: el hallazgo del ritmo, el tono y los recursos estilísticos más apropiados para la creación de la atmósfera poética. Laforgue, largamente seguido por varios poetas hispanoamericanos en su mueca de disgusto e ironía ("Julio Laforgue sedujo mi juventud…")

Su obra, un permanente ejercicio de habilidad verbal. Ese debió ser su concepto, implícito en todo cuanto escribió: la poesía es una experiencia física de la palabra, hasta llegar con ella a sustituir la mezquina realidad cotidiana. Y manteniendo la convicción de que el fin de la poesía no es otro de aquel que señaló un escritor francés: la creación de un lenguaje dentro del lenguaje. Su grandeza radica en gran parte en una maravillosa capacidad de construcción idiomática y en la forma como en ella conviven la expresión culta junto al habla corriente, el arcaísmo, el neologismo, las voces extranjeras y las de su propia invención. El innegable interés por la obra de De Greiff se justifica también en la aproximación a ese arduo y heterogéneo fausto de la palabra.

Variaciones alrededor de la nada es, entre los libros de León de Greiff, aquel en el que el acento del poeta acaso se manifestó más intenso, cendrado, ardoroso. Sobre todo en la limpidez de las favilas ("Nació en el viento y se finó, ¡radiosa / canción maravillosa!"), de los rondeles ("Ha tiempo esa flauta no suena, / la flauta lontana que un día / trabó su opaca melodía con el canto de la Sirena."), de las arietas ("Yo me enveneno con un recuerdo…"), de los ritornelos (" Esta rosa fue testigo / de ese, que el amor no fue, / ninguno otro amor sería…"), de los sonecillos ("Yo quiero sólo andar, errar -viandante/ indiferente-, andar, errar, sin rumbo…"), de las canciones nocturnas ("En tu pelo está el perfume de la noche/ y en tus ojos su tormentosa luz. / El sabor de la noche vibra en tu boca palpitante. / Mi corazón, clavado sobre la noche de abenuz…). Allí la Trova de los navíos, de Odisea, de Calypso y de la aventura ("Ayer zarparon todos los navíos. / No sobró ni un mal leño para el viaje…"). El lenguaje se carga de agudo, penetrante lirismo; resplandece de sencillez e intimidad. Noche y mujer, indivisibles, son el destino de su amor. Y de su obsesión: "La noche. La noche…! Mi monomanía". Allí también la serie de relatos en la que se expresa la multitud de espíritus que poblaron su espíritu ("Multánimes almas / que hay en mí): su diversidad de personalidades poéticas, Leo le Gris, Matías Aldecoa, Eric Fjordsson, Sergio Stepansky, Claudio Monteflavo, Ramón Antigua, Diego de Estuñiga, Harald el Obscuro, Guillaume de Lorges, Gaspar, Beremundo el Lelo y otros más, cada uno personaje de sueño y a la vez desmesuradamente real. Mediante la invención de estos seres imaginarios León de Greiff manifestó la versatilidad y universalidad de su alma. Ellos son los dobles suyos: objetivaciones de un mundo interior en el que se juntan, hasta confundirse, las riquezas de la experiencia vital y de la experiencia cultural del poeta.

La lectura de los poemas de León De Greiff nos lleva a la presunción de que habiéndose iniciado su autor dentro del modernismo pero debiendo sobre todo su formación a la lectura del precursor Poe y de los simbolistas franceses, el sentido más hondo del simbolismo, que concibió a la poesía como aventura infinita, habría de conducirlo, en muchos momentos, el texto vanguardista. Sin embargo, el vanguardismo de León de Greiff es creación original suya que no se relaciona con particularidades formales ni con temas, programas o manifiestos de direcciones poéticas juveniles que le fueron contemporáneas.

Del simbolismo recibió De Greiff su más nocturno y exacerbado ascendiente. De él le vino, desde los primeros poemas, una aguda sensibilidad, compleja, y refinada: cierta rebeldía contra la realidad circundante, opuesta al derroche de su imaginación; la presencia constante del hastío y del fastidio; una extrema percepción sensorial; el gozo de la estética, de la libertad formal, del sueño y del misterio: un imperioso estado de exaltación espiritual. Le vino también su pasión por la música como ideal de composición poética. Le vino, remozada, la vitalidad de un romanticismo que permanecía oculto. Por él le acompañó una visión, no hacía el exterior de las cosas, sino aquella que en muchos renglones se empeñó en asomarse a la entraña de su alma.

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